Es una escultura de yeso de 3,6 metros. Celebra los 120 años de su nacimiento.
A Benito Quinquela Martín el traje de artista siempre le anduvo chico. Hizo cuadros que hoy integran varias de las principales colecciones y museos del mundo, pero también cobró fama como filósofo de arrabal, planeador del color urbano, ideólogo de Caminito, impulsor del turismo bostero y filántropo que a su muerte dejó casi una decena de edificios públicos (escuelas, museos y un teatro) como devolución al barrio donde nació. "Cuanto hice y cuanto conseguí, a mi barrio se lo debo. Por eso mis donaciones no las considero tales, sino como devoluciones", explicó una vez, y la frase se repite ahora en un costado del monumento que le dedican a 120 años de su nacimiento.
Antonio Oriana, autor de la escultura de 3,6 metros que se inaugurará mañana, muestra en su estudio las fotos en las que buscó lo que él llama "la actitud Quinquela": en una, el artista lleva una pajarita y la mirada perdida y oculta con elegancia una mano en el bolsillo de su mameluco mientras con la otra sostiene un cigarro. "En la escultura reemplacé el cigarrillo por una espátula, Quinquela tenía más de 38 de esas, eran espátulas de albañil, un poco más anchas que esta. Pero él las recortaba y las usaba para manejar la pastosidad del óleo, era una herramienta común al albañil y el artista".
La escultura que muestra al pintor con mameluco y herramientas de obrero coronará el monumento que se inaugura mañana al mediodía en Pedro de Mendoza 1855. El empresario y director del Museo Maguncia Walter Santoro -quien junto al escultor y a la empresa Redimat financian el monumento, que costó unos 250 mil pesos- cuenta que cuando nació el proyecto pensaron en una estatua de bronce. Pero los costos y el temor a que se la robaran los hicieron desistir. Optaron por un Quinquela de yeso con una pátina de verde oxidado que imita al bronce. Y se negaron a rodearlo con una reja.
¿La querés mover? Pesa 900 kilos -desafía Santoro, parado junto a la escultura unas horas antes de que la trasladen a La Boca desde un taller de Parque Patricios. Para él, éste es más un monumento al hombre que al artista. Particularmente, al hombre de La Boca. "Es curiosa la historia de Quinquela. Aunque en su obra aparecen escenas del puerto y de fondo fábricas con chimeneas, esas fábricas y esas chimeneas en realidad casi no existían en La Boca. En gran parte, era una proyección de él, un deseo. Para Quinquela el humo era sinónimo de trabajo, esas chimeneas eran las fábricas que él deseaba".
La historia de Benito Quinquela Martín es una de las más lindas de todas porque, al menos así parece, acaba bien. Su carrera comenzó en blanco y negro. Fue abandonado en el hospicio de hijos espósitos y lo adoptó un matrimonio integrado por una argentina analfabeta y un carbonero italiano. De chico, el propio Quinquela hombreó bolsas de carbón, pero aprovechaba los restos para pintar en la superficie que tuviera a mano. Pero su obra, que arranca con carbonillas y claroscuros, se caracteriza más adelante por el color y las pinceladas generosas. El humo de las fábricas de La Boca, según los peritos, es uno de los puntos donde suelen fallar quienes intentan falsificar cuadros de él.
"Quinquela -dice Santoro- incluso pintó su cajón, no quería que lo enterraran en uno todo negro. Decía que había que morir como se vivía, y él había decido vivir con color". A diferencia de otros pintores que retrataron su aldea, Quinquela de alguna manera también la inventó. Luchó para que La Boca abandonara sus fachadas opacas, de chapas oxidadas y adoptaran los rojos, verdes y amarillos, colores con los que él pintó.
Fuente: Clarín
http://www.clarin.com/diario/2010/04/09/sociedad/s-02176814.htm