Paolo Di Croce, secretario ejecutivo de Terra Madre, embajador internacional de la comida "buena, limpia y justa" destaca las ventajas de la producción a pequeña escala.
"El objetivo es ratificar la identidad, la cultura, la diversidad" dice Paolo Di Croce, de Slow Food internacional, un movimiento iniciado en Italia pero que se esparció por el mundo a partir de la idea de que "comer lento" no es sólo masticar más, sino una filosofía de vida que abarca la producción de los alimentos, la cocina, la mesa, el cuidado del ambiente y la justicia social.
Apenas horas después de llegar a la Argentina, Di Croce asistió al primer encuentro en Argentina de Terra Madre, brazo de Slow Food del que es secretario ejecutivo, y participó de la apertura de la quinta edición de "Caminos y Sabores", una feria que se llevó a cabo del 13 al 16 en la Rural de Palermo.
Algo cansado, pero de buen humor, Di Croce conversó con este diario sobre la misión de Terra Madre internacional, que el año pasado logró congregar en Turín a más de 1.652 "comunidades de alimentos" de 153 países del mundo. "Nuestra meta es revalorizar al campesino, al pescador y a todos los que participan en la producción de alimentos a pequeña escala; si no se valora el trabajo de quienes producen lo que comemos, no hay futuro", dice de la misión de Terra Madre.
"Creemos en la agricultura a pequeña escala, no en la agricultura industrial", aclara di Croce. "El mercado global actúa por homologación, pide productos iguales. Por eso también buscamos involucrar a los cocineros. La diferenciación es lo contrario a la homologación y permite rescatar la identidad y la cultura locales". No son sólo buenas intenciones, "el turismo gastronómico es una oportunidad enorme", afirma. "Y también hay retornos no económicos, culturales, de diversidad biológica".
Ejemplo de esa prédica es el yacón, una raíz que se cultiva en rotación con el maíz y la papa en Humahuaca y que se usa para producir jugos, escabeches y jaleas. "No hay que perder la producción ni los productores locales; sirven para preservar la cultura y el patrimonio genético y para generar trabajo", insiste este embajador internacional de una alimentación "buena, limpia y justa", el slogan que popularizó Carlo Petrini, fundador y líder mundial de Slow Food.
Como viajero del mundo, una de las frustraciones de Di Croce es que, a menudo, lo primero que le ofrecen es Coca-Cola. "Lo grave es que no valoran sus propias bebidas; cuando voy a un lugar, quiero probar sus jugos y licores, lo que ellos hacen ahí, y muchas veces no lo tienen. Por eso es necesario valorar la producción local, lograr la auto-confianza de quienes producen alimentos", remacha.
¿Los transgénicos? "Estamos en contra de la agricultura industrial en general y en especial contra el patentamiento de la vida", dice. El "paquete" de semillas patentadas y agroquímicos está causando serios problemas, afirma. Hace pocas pocas semanas, Di Croce estuvo en Maharasthra, un estado de la India (su capital es Bombay), en donde se suicidaron 20.000 campesinos, abrumados por sus deudas. "El mundo nació con semillas libres y las semillas deben seguir siendo libres", sentencia convencido.
Pero ¿los alimentos industriales no son más baratos? Di Croce cree que no, si se hacen bien las cuentas. El precio que se paga por el maíz de Estados Unidos, ejemplifica, no es el verdadero, pues no incluye los costos de salud, ni de pérdida ambiental, ni los millonarios subsidios a los "farmers" norteamericanos. Además, remata, el de la alimentación industrial es un mundo de derroche. Sólo en Italia, precisa, se tiran 22 kilos de comida por segundo. Y en Gran Bretaña, cinco veces más.
Fuente: Los Andes Online
http://www.losandes.com.ar/notas/2009/8/23/turismo-441919.asp