La revista Joy, publicó una nota muy interesante con ocho lugares con más de 100 años de historia para comer bien y viajar al pasado.
Los restaurantes centenarios de Buenos Aires se cuentan con los dedos de la mano. Son testigos de una época en la que se refrigeraba con barras de hielo, la leche llegaba en carros a caballo y el puchero era el plato de moda.
Conocerlos es un viaje al pasado para descubrir estos ocho lugares con historia.
1. El Globo (1908)
Hipólito Yrigoyen 1199 /T. 4381-3926
Ubicado en la casa que la familia Sánchez de Bustamante abandonó tras la fiebre amarilla, le debe su nombre a Jorge Newbery, que sugirió acá un reconocimiento en globo por el Río de la Plata. Es una sucursal de Galicia en Buenos Aires y sinónimo de puchero. Todos caen rendidos ante el mixto con asado de tira, cerdo, gallina y más de 10 verduras ($175), sazonado con condimentos traídos de España. La ambientación es clásica de bodegón. La anécdota: casi ciego, Borges siempre le pedía al mozo que lo acompañara al baño y lo esperara para volver a la mesa. Conserva la mesa 6 que ocupó Newbery, la escalera de mármol y bronce, las puertas cancel y el tabique con vitraux, todos del siglo pasado.
2. Restaurante del Club del Progreso (1852)
Sarmiento 1334 /T. 4372-3380
Funciona en el primer club social creado para pacificar el país después de la caída de Rosas. El salón principal es un reflejo de la belle époque: boiserie del techo al piso, parqué de roble, arañas de bronce y una chimenea de mármol. El patio interno vale un almuerzo. El chef recomienda el cochinillo al horno de barro y la costilla de novillo entera. La excentricidad del lugar es el pulpo entero para 4 personas, preparado a la vista ($540). La anécdota: 17 presidentes del Club del Progreso fueron presidentes de la Nación. La yapa: allí tuvo lugar el último encuentro de Leandro N. Alem con sus amigos, antes de suicidarse. Conserva la mesa donde lo velaron, los tapices, la galería de retratos de políticos argentinos y un gomero de más de 100 años.
3. El Grill del Hotel Plaza (1909)
Florida 1005 / T. 4318 3000
Fue el primer lugar público con aire acondicionado, con grandes ventiladores que tiraban aire frente a barras de hielo, y se mantiene casi intacto desde su inauguración. La cocina sigue siendo criolla y francesa, como gustaba a la clase alta porteña de aquellos tiempos. Todavía se preparan platos como los huevos Po Parisky (pan ahuecado con huevos pochados) o las mollejas Demidoff. Pero el más sofisticado es el Pato a la Prensa (para 2 personas), con foie grass, finas hierbas y oporto, preparado con una de las pocas prensas de plata de Sudamérica. La anécdota: en 1987 Luciano Pavarotti fue a la reinauguración del Grill y dejó de souvenir su receta para preparar la salsa. Conserva el hogar estilo Tudor, ornamentado en bronce; la parrilla de hierro forjado; las cerámicas Delft holandesas y los abanicos de Pakkah (Pakistán) que cuelgan del techo.
4. Gran Café Tortoni (1858)
Av. de Mayo 825 / T. 4342-4328
Es el más antiguo de todos los bares porteños y un ícono de la ciudad. Tuvo peluquería, un sótano donde cantó Gardel y las primeras mesas en la vereda de la ciudad. El chocolate con churros se sirve en un jarro de cobre, las picadas son las preferidas por los turistas que hacen cola para entrar y sus especiales de lomo van camino a ser clásicos porteños. La anécdota: al fondo del salón principal, en una mesa escondida a un costado de la entrada que da a Rivadavia, Carlos Gardel solía pasar desapercibido para evitar el acoso de los admiradores. Lo más destacado para ver son los vitraux, la barra, las lámparas estilo Tiffany, las esculturas de Perlotti y las vitrinas con vajilla histórica.
5. El Imparcial (1860)
Hipólito Yrigoyen 1201 /T. 4383-2919 / 7536
Hoy bodegón gallego, nació como fonda en las cercanías de su ubicación actual, donde se servía gallina hervida y puchero de garbanzos. La novedad de la época eran los baños, algo poco común en una casa de comidas. Los clientes son, en su mayoría, familias enteras que vienen a comer puchero mixto y paella valenciana, aún en pleno verano. Entre las especialidades se destacan el bacalao noruego ($ 170) y la tabla de mariscos para compartir ($190). La anécdota: después del golpe de Estado de 1966, el presidente depuesto Arturo Illia, un cliente habitual, fue reconocido por la gente en una de sus visitas. Todo el restaurante se puso de pie para aplaudirlo. Lo más destacado para ver son las mayólicas de Benvenuto y las pinturas al óleo.
6. El puentecito (1873)
Luján 2101 esq. Vieytes, Barracas / T. 4301-1794
A metros del Riachuelo, este bodegón mantiene un ritmo febril durante las 24 horas. Debe su nombre a un puentecito de madera que estaba cerca, y no al Puente Pueyrredón, como se cree. Supo calmar el hambre de los trabajadores de los frigoríficos y las fábricas de Barracas, y hoy, con 137 años a cuestas, sigue siendo un imán para los amantes de la comida simple, abundante y a precios razonables. La tira de asado que supera el medio metro, es una de sus atracciones. La anécdota: en 1912, Hipólito Yrigoyen dio un discurso desde este lugar antes de ser presidente del país. Y otro radical, Raúl Alfonsín jamás se olvidaba del mozo que lo atendía. Lo más destacado para ver es el entorno fabril, desmejorado por el Riachuelo, que ya estaba contaminado cuando nació El Puentecito.
7. Confitería y restaurante “Las Violetas” (1884)
Av. Rivadavia y Medrano / T. 4958-7387
Es un orgullo porteño. Fundada hace 125 años y reinaugurada en 2001, después de años de abandono, mantiene los revestimientos originales de madera y las luminarias del siglo pasado. Su gran atracción fue y será la pastelería: el pan dulce es imbatible, igual que las medialunas y el clásico tostado de jamón y queso. También ofrece un servicio de restaurante con opciones como el lomo con salsa demiglace y el cerdo agridulce, que tienen fieles seguidores. La anécdota: el poeta-cantor Pascual Contursi y el pianista-compositor José Martinez saldaron sus deudas con Las Violetas con el tango Ivette, en el que los dueños de la confitería en ese entonces, Enrique Costa y Julio Roca, aparecen como compositores musicales. Lo más destacado para ver son los 12 vitrales franceses de más de 80 años de antigüedad, que forman grandes murales y cúpulas sobre las entradas al local. El conjunto tiene alrededor de 80 metros cuadrados de superficie y es uno de los más importantes del país.
8. Palacio Español (1911)
Bernardo de Irigoyen 180 / T. 4342-4380)
A punto de cumplir su centenario, este centro de la comunidad española local deslumbra con su ambientación imperial y árabe, vigas doradas a la hoja, luminarias de bronce y boiserie de roble macizo. Tal como prefería la elite hispana de la Argentina, se exigía corbata y saco para entrar. El plato fuerte suele servirse por las noches: el cochinillo de Segovia, un ejemplar de 4 kilos que se cocina al horno durante 3 horas y cuesta 360 pesos. Hay buenos vinos españoles y una variada oferta de blancos y champañas locales. La anécdota: acá nunca se dejó de festejar la Queimada, el ritual celta para espantar las brujas, en el que se quema orujo de grapa con azúcar y cáscaras de cítricos. Se sirve con el café. Lo más destacado para ver son los timbres de roble en las columnas, que se usaban para llamar a los mozos; las arañas originales de alabastro y el óleo de la batalla de Lepanto.